Perla no tenía un cuerpo espectacular, entrada en años y en carnes, no era atractiva. Pero Max no pretendía relacionarse con el tipo de sumisa joven, de cuerpo perfecto, que pudiera despertar envidias o recelos. Apreciaba mejor otras cualidades como la sumisión, la entrega desinteresada y el gusto por el castigo físico.
Sin embargo Max quería conseguir mucho más de perla. Quería comprobar si su grado de entrega era capaz de superar límites más altos, más difíciles. Deseaba ponerla en una situación humillante. Ver si era capaz de entregarse a otros hombres, que no conocían en absoluto en mundo del BDSM; no quería cederla, simplemente, a otro Amo para que tuviera una sesión con ella, ya fuera en privado o en su presencia. Quería emputecerla. Ponerla a disposición de cualquier hombre que quisiera follarla. Su pensamiento no era organizar un encuentro en un sitio concertado previamente citando a varios hombres, conscientes y dispuestos de antemano para lo que iba a ocurrir, no, Max pretendía encontrar un sitio adecuado para que los acontecimientos fueran sucediéndose de modo natural, por sí mismos, sin preparación previa alguna y lo más humillante posible.
Max informó a perla de lo que iba a hacer: en el sitio al que iban cualquiera que se pusiera un condón en la polla podría follarla como quisiera; ella, tras un lapso no demasiado grande de silencio, se mostró dispuesta. La rápida aceptación de perla complació a Max. Perla debía presentarse vestida con falda negra y con ropa interior también negra, esa fue la única condición.
Se citaron la tarde de un domingo del mes de julio, a las 4, en la salida de la calle Montera del metro de Sol. Hacía mucho calor. Se internaron por las calles que dan la espalda a la Casa de Correos. Diez minutos después llegaron a las puertas de un cine X. Éste tenía la entrada al fondo de un largo y amplio pasillo y a su lado la taquilla. Mientras Max adquiría las entradas, el portero, poco acostumbrado a que una mujer entrara en el local, abrió la puerta para que perla se refugiara dentro. El mismo portero haciendo las funciones de acomodador les guió dentro de la sala.
Se sentaron y sus ojos se dirigieron a la pantalla, en la que se proyectaba una película de ínfima calidad en la que dos negros con pollas descomunales trataban de llenar todos los agujeros de una señora de piel blanquísima y melena rubísima. Cuando los ojos se fueron acostumbrando a la oscuridad que el reflejo de la luz del proyector en la pantalla apenas podía romper, observaron que el verdadero espectáculo se desarrollaba en el patico de butacas.
Sólo había hombres en la sala, algunos, los menos, sentados, unos solos y otros acompañados. Muchos daban vueltas alrededor de las butacas mirando descaradamente a los que estaban sentados, otros estaban de pie al fondo, cerca de la entrada mirando a la pantalla pero los unos junto a los otros, alguno de ellos moviendo casi imperceptiblemente su mano hasta rozar la del otro y esperar a su reacción; detrás de una columna un individuo de edad avanzada se dejaba chupar la polla por otro que estaba sentado en la butaca próxima. Max sabía de qué iba aquello, conocía el sitio; de vez en cuando iba a estos cines, entraba, se sentaba mirando la pantalla y esperaba a que una sombra se sentara en la butaca de al lado y se dejaba hacer. Perla no había estado nunca en un cine porno frecuentado por homosexuales.
Pronto perla tuvo un acompañante sentado en butaca de al lado. Los ojos del hombre trataban de escrutar la cara, la amplitud de las tetas, los brazos, las manos de perla que sujetaban el bolso en el regazo. Solo se atrevía a mirar, a nada más, pues no estaba seguro de cuáles eran las intenciones de la pareja, sobre todo las de Max.
“Quítate las bragas”, le ordenó Max a perla. Ella lo miró con ojos de asombro y respondió: “¿Aquí..?”. “Sí, aquí mismo.” le respondió. Perla, dudando, se deslizó hasta el borde de la butaca, mirando hacia Max, y tratando de descubrir lo menos posible sus piernas, metió las manos por debajo de su falda y con dificultades, acomodando su cuerpo se las fue bajando hasta llevarlas a los tobillos donde, levantando levemente primero un pie y luego el otro las sostuvo en sus manos. El tipo de al lado al que perla había dado la espalda mientras se quitaba las bragas, alucinaba. “Guárdalas en el bolso”, le ordenó Max. Ella obedeció. “Ahora siéntate para ver la película, pero con la falda subida y las piernas abiertas”. Perla trató de hacerlo lo mejor posible, abrió las piernas todo lo que pudo, pero como estaba sentada muy erguida no quedaba suficiente espacio para abrirlas lo suficiente como para mostrar el coño.
En seguida una mano se posó sobre el muslo derecho de perla, la mano se deslizó rápidamente, obligando a perla a modificar su postura, hacia su coño. El hombre, se inclinó, colocando la cabeza encima de los muslos, se arrodilló y se introdujo, con dificultades entre las piernas de perla comenzando a lamer los labios y el interior del coño.
Así estuvieron un rato, Max observando las reacciones de su sumisa y ésta tratando de concentrarse en lo que un completo desconocido, de quien no había podido distinguir si era joven o viejo, estaba haciendo en su coño.
No había suficiente espacio, Max decidió que era mejor trasladarse a otro sitio del local. Se levantó y ese hecho indujo a que la pareja dejase lo que estaba haciendo y quedaran quietos. ”Ven”, ordenó a perla, ésta se levantó y provocó que el hombre hiciera lo mismo con más dificultad y se sentara. Max, tomó de la mano a perla y salieron los dos de la fila de butacas, pasaron por el vestíbulo, recibiendo las miradas de los dos o tres hombres que, recostados en las paredes, vigilaban las idas y venidas del servicio de caballeros.
Subieron unas escaleras que les condujeron a la parte alta de la sala donde unas cinco o seis filas de butacas inclinadas formaban el gallinero del cine. El ambiente de esta zona era más sórdido que el de abajo, había muchos hombres, el calor se acumulaba en la parte alta adonde el aire acondicionado de la sala no llegaba. Subieron las escaleras, despacio, cuidando de no tropezar con los escalones escasamente iluminados. Max llevaba de la mano a perla, observó que les seguía el tipo que le había estado comiendo el coño y Max sonrió levemente.
Se sentaron en la última en las dos butacas libres justo al final de los escalones de subida. El tipo se arrodilló de nuevo y siguió con la tarea interrumpida. Perla disfrutaba y llegó a correrse. Al lado izquierdo de Max estaba sentado un hombre joven, y una butaca más allá otro hombre que alargando la mano trataba de meterla por el borde de los pantalones cortos de Max para llegar a su polla, le apartó la mano, ese día quería estar concentrado en lo que le hacían a perla. Después de un buen rato y tras varios orgasmos, el tipo se levantó y se fue. Perla se mantuvo sentada, un poco sofocada.
Max le ordenó que se apoyara con los codos y la cabeza en la butaca, que se subiera la falda y dejara al descubierto las nalgas, con las piernas abiertas y mostrando el coño que, subiendo por la escalera se dejaba entrever por la luz reflejada de la pantalla. Max sacó un condón y se lo colocó en lo alto del culo dispuesto para quien quisiera utilizarlo. Así se mantuvieron un tiempo. Max preguntó a su vecino de la izquierda: “¿te la quieres follar?”. El respondió moviendo la cabeza afirmativamente. “Adelante”, le dijo Max. Él se levantó, se puso justo detrás de perla, se desabrochó el pantalón y se sacó la polla, se enfundó el condón y le introdujo la polla, estuvo follándola un rato hasta que se corrió. Perla disfrutó. Cuando el chico se separó bajó las escaleras ajustándose el pantalón.
Max colocó un nuevo condón encima de perla a la espera de nuevos voluntarios dispuestos a follarla. Fueron varios los que lo hicieron, jóvenes y maduros, algunos se colocaron el condón y no pudieron hacer nada, hubo de todo.
Aproximadamente una hora después Max se colocó un condón y colocándose detrás de perla, le introdujo la polla por el culo, sin ningún miramiento, de una sola vez, perla gimió, sólo eso, aguantó las embestidas hasta que Max se derramó en ella.
Se sentaron los dos y después de descansar un rato, deshicieron el camino en busca de la salida. Ya en la calle perla se dirigió a Max: “gracias, Señor, por su placer…”
Solo saludar .
ResponderEliminarGracias por el saludo noa{M}, otro para ti
ResponderEliminarY digo yo....quedan aún cines de esos en Madrid?
ResponderEliminarQue yo conozca al menos quedan tres
ResponderEliminarYa no queda ninguno, todo muere.
ResponderEliminarTambién a ti, publicación, te perdono, eres un bonito recuerdo.
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