Como todos los días, sobre la 6,45, todavía noche cerrada, esta mañana cerré la puerta y eché la llave dando las espaldas a la calle. Estaba fresca la mañana y se agradecía ya la chaqueta que llevaba puesta.
Comencé a caminar mi paseo matutino camino el autobús, un cuarto de hora todos los días. Tomé la primera calle a la derecha, en la obra de la esquina no sonaba como casi todos los días el ruido del agua que una bomba echa al alcantarillado.Al final de la corta calle torcí a la izquierda tomando otra, más larga y tan estrecha como la anterior, con coches aparcados en la acera derecha. No vi a nadie, no subía ningún coche, ni abajo donde la calle desemboca con otra más importante cruzaba ningún peatón madrugador como yo, ni subía el 510. Sólo escuchaba, más fuerte de otros días, el sonido de mis pasos.
Me extraño, me paré mentalmente a pensar, mejor a corroborar, qué día era, nunca me había sucedido que tomara un día del fin de semana por uno laborable y me hubiera levantado por error y realizara la misma rutina de todos los días.Cuando llegué al bulevar aquello me pareció realmente sospechoso. No se oían los ruidos de los pájaros ni se veía ninguna paloma caminando por el pavimento en busca de las sobras de las terrazas de los bares. Es más, miré a las fachadas de las casas y no ví ninguna arrebujada en sí misma ni en los alfeizares de las ventanas ni en las cornisas, era extraño.
Llegué y crucé la plaza Antigua, desierta también; ayer en esta misma plaza una señora esperaba que su bóxer terminara su tarea matinal. Pero no me pareció raro pues, a menudo, la plaza está vacía a estas horas de la mañana.
Me extrañó enormemente que llegar a las paradas de los autobuses, debajo del puente de la M-30, las encontrara vacías sin nadie esperando y ni un solo autobús en las proximidades. Pero no sólo no se veían coches subir ni bajar por la M-30, ni tampoco cruzar la avenida de Valencia, ningún albañil latino esperaba a las furgonetas que diariamente los recogen para llevarlos al tajo de la obra. Nadie salía de la boca del metro; cualquier otro día no la podría distinguir, en la distancia, por el continuo ir y venir de coches, autobuses, autocares y gente para arriba y para abajo. Estaba completamente solo en la calle.
Pero lo que más me impresionó, al estar parado, fue el silencio. Era impresionante, no se escuchaba nada, absolutamente, exceptuando las bocanadas de aire que respiraba preso ya de una ansiedad galopante. Hoy ni siquiera había una brisa de aire que moviera las hojas de los árboles. Las farolas hacian su trabajo diario e iluminaban los coches aparcados, los bancos de parquecito cercano, los columpios del parque infantil... Estaba empezando a sentir miedo.
Miré mi reloj, las 7.
De pronto, muy débil, a la derecha, por la avenida de Valencia arriba, en la lejanía, me pareció que se escuchaba el rumor de la sirena de una ambulancia o de un coche de la policía. Pero no sonaba como las que todos estamos acostumbrados a oír, no era un sonido estridente y continuo, era algo rítmico, como un bip lejano y luego otro y otro, que subían de volumen y de cadencia poco a poco.
Iba a dar unos pasos y acercarme al borde de la avenida para asomarme para ver qué producía ese sonido, cuando sentí que algo rozaba mi costado, alguien me tocaba, más que eso, alguien me daba un codazo. Estaba a punto de darme la vuelta cuando escuché clara, aunque lejana, una voz que me decía: "apágalo ya..." y me quedé perplejo, pero de pronto el sonido de la sirena, o lo que aquello fuera, que bajaba por la calle aumentó de volumen hasta un punto que me parecía que sonaba dentro de mi cabeza...
Abrí los ojos, de par en par, asustado. Frente a ellos unos números de color verde: 05:30. Alargué mi mano derecha y llegué a tocar un bulto que apreté con mis dedos y el bip desbocado cesó de repente. Me giré un poco y aprecié que ella estaba junto a mí, decía algo ininteligible, y se envolvía con la sábana y la manta para seguir durmiendo.
Realicé, mecánicamente, los mismos movimientos de todas las mañanas. En el bañó levanté la tapa de la taza pero antes de orinar moví la persiana, deslicé la hoja de la ventana y asomé la cabeza, escuchando. Se oían los píos de los pájaros todavía en los árboles, y, un segundo después, el ruido de un coche que bajaba por la calle cercana. Respiré profundamente y me sentí aliviado.
Comencé de nuevo el día que para mí había tenido dos despertares. Antes de seguir me paré a pensar qué día era, recordé algo de lo hecho el día de ayer y eso me situó en que hoy era miércoles, mitad de la semana de trabajo; "al menos hoy no es lunes..."
Saludos.
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