martes, 5 de octubre de 2010

El árbol

Me gusta un árbol especialmente sobre los demás aunque haya algún tratado que no le da siquiera la categoría de árbol, que los nombra como arbustos o arborescencias a pesar de que algunos tengan una generosa copa, amplias y nervudas ramas y un tronco ancho y fuerte sólidamente enraizado en el suelo. Son de secano y no precisan de cuidado alguno. Se trata de la higuera, árbol capaz de crecer en cualquier terreno, allí donde los pájaros depositen sus semillas, he visto pequeñas higueras arraigadas hasta en las juntas de los sillares de la fachada de una catedral a mucha altura del suelo.
No necesitan mucha agua, se sienten mejor con poca cantidad pues sus raíces se pueden ver perjudicadas por exceso de humedad. Son capaces de aguantar calores y fríos extremos.
Tiene hojas grandes, profundamente lobuladas, de color verde intenso por el haz y un gris parduzco por el envés. Estoy convencido de que en el paraíso no había higueras pues si las hubiera, seguro que Adán y Eva, después de comer del fruto prohibido por el dios de las prohibiciones hubieran cubierto sus desnudeces con hojas de higuera en vez de usar las de la parra.
En cuanto a sus frutos, los higos, carnosos y hasta un cierto punto voluptuosos, me recuerdan algunas zonas erógenas de la mujer. Por su forma a ciertos pechos femeninos, y al abrirlos su color me trae, siempre, a la memoria el color que aparece cuando los dedos separan los labios carnosos de la vulva femenina y aparece el canal de la vida… el color de la vida...y su sabor, el dulce sabor del interior de la mujer.
Algunas higueras, las breveras, son capaces de dar dos cosechas de frutos, la primera a comienzos del verano, las brevas, oscuras, son frutos que se enquistaron al final de la temporada anterior, allá por el mes de octubre, aguantaron las heladas del invierno y esperaron el comienzo del verano para brotar. Y después de éste, dan nuevos frutos, los higos, más pequeños, menos carnosos y sabrosos que las brevas y de un típico color verde.
Qué bien se usa la expresión “ de higos a brevas” para indicar aquello que sólo ocurre después de un largo espacio de tiempo, como el que va del final del verano al comienzo del verano del año siguiente, unos nueve meses, aproximadamente el tiempo de una gestación.
Dicen que hay momentos en la vida en que tenemos que ser fuertes como robles pero yo, en esos momentos, preferiría ser tan austero y tan fuerte como una higuera.
Saludos.
Páter

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