Así se llamaba a un cerro artificial hecho con los escombros que volcaban los camiones procedentes de las muchas obras de Madrid, estaba situado cerca de la calle Méndez Álvaro, lo que hoy es el parque Tierno Galván. En el año de 1974 todavía se estaba construyendo la M30. Se podía caminar por los tramos que se comenzaban a asfaltar. Uno de ellos cruzaba el Puente de los Tres Ojos, hecho de fábrica de ladrillo, por donde se entraba desde el barrio de Vallecas. A uno de los lados del puente se asentaba un campamento de gitanos, donde, al anochecer, campaban por sus respetos ratas enormes.
Era el final del verano, en el mes de septiembre. Tenía 18 años. Acababa de terminar COU tras examinarme y aprobar la asignatura que me había quedado en junio, Filosofía, después de haberme llevado el libro para estudiar en los dos meses de vacaciones que había pasado en Memphis, en casa de mi hermana.
Había oído que en el cerro de la Plata, había putas. En esos tiempos no abundaban como ocurre hoy día, Franco acababa de retomar el poder después de habérselo cedido al Príncipe por una enfermedad, la tromboflebitis. Las putas de los clubes de alterne de la calle de la Ballesta detrás de la Gran Vía estaban fuera de mis alcances económicos.
Esa anochecida me dirigí por la calle de subía detrás de la fábrica de colchones Flex y que surgía en el margen derecho al final de la de Méndez Álvaro. La calle desembocaba, en su parte alta, en la amplísima extensión de la escombrera. Había una casa justo a la entrada en la que se escuchaban las conversaciones de sus habitantes al pasar cerca de sus ventanas. Caminé por uno de los caminos que se habían creado entre los escombros. Escuché unas voces muy leves y distinguí unas sombras un poco a la izquierda, y unos puntos rojos que surgían de vez en cuando en la oscuridad, al aspirar esas sombras el humo de los cigarrillos.
Llegué al grupo y saludé. Un poco más alejadas se distinguían dos sombras más, siluetas de mujer, deduje quienes eran y me acerqué hacia ellas, elegí en la distancia, y pregunté a la elegida cuánto cobraba, no recuerdo la tarifa de entonces, poco sería; acepté y la puta se dio la vuelta y la seguí, hasta llegar a un hueco entre los escombros donde tenía colocadas unas mantas sobre un viejo colchón de goma espuma, se subió la falda y se tumbó boca arriba con la piernas abiertas. Mis ojos, con las pupilas bien abiertas por la poca luz, distinguieron la sobra oscura de su pubis, eso me animó y desabroché mis pantalones; con la polla ya fuera de su alojamiento, la puta me pregunto: “¿no me pagas..?” No sabía que se hacía así, esa noche aprendí que en los tratos con las putas primero se paga y después se folla.
Y la follé, sentí un placer como nunca había sentido; un agradable calor acogió mi polla durante un par de minutos, no más. Era mi primera vez y, como tantos otros hombres antes que yo, me desvirgué con una puta. En un ambiente muy sórdido. A partir de esa noche me aficioné a esos ambientes. Los frecuenté, para esos asuntos y para otros parecidos.
Perdón mi comentario no tiene mala intención y sólo le pregunto con curiosidad. ¿ Por qué desvirgarse así?. ¿Cuántos años tenía?. ¿ Por qué algo tan frío, mecánico?. No sé terminé de leerlo y me dió pena. No nos contaría por favor cuando fue la vez que se dervirgó con algo de sentimiento, si decir con amor es mucho, con algo de algo. Hacer el amor es tan bello.
ResponderEliminarNo sé, tal vez estoy equivocada. Un cariño y no quiero ofenderlo.
Bueno morgan, a mi no me gusta ese de hacer el amor, me suena como muy cursi (también sin mala intención)me gusta follar, con y sin amor.Con mi pareja también follo aunque la amo.
ResponderEliminarTenia 18 años y es lo que tenia a mano. Dice un refrán que para el hambre no hay pan duro.
Al igual que Páter considero que hay una gran belleza en amar, pero que el sexo, es sexo sin más. Y que follar, con penetración o sin ella, es delicioso.
ResponderEliminarY muchas veces, lo sórdido esconde también un lado mágico, que deberíamos aprender a ver.
Rectifico, era Física no Filosofía...
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