lunes, 25 de octubre de 2010

Plácido domingo

Ayer domingo tocó día de excursión con mi hijo para explorar un sitio desconocido para los dos, pero recomendado por uno de sus profesores con el fin de estudiar la variedad de flora de los alrededores, el pantano o embalse de Pálmaces en Guadalajara.
No madrugamos demasiado, nos pusimos de camino a eso de las 9,30, me confundí de salida en la M30 y hubo que dar un poco más de vuelta. “No te preocupes, papá, tenemos todo el día” me dijo mi hijo, y llevaba razón
Dos horas después aparcamos el coche y salimos con nuestras mochilas al hombro y nuestros bastones en las manos, dispuestos a explorar el territorio desconocido. Un paisano, muy amable él, nos preguntó que si íbamos de paseo. A mi respuesta afirmativa le añadí la pregunta de si el pantano era muy grande pues queríamos llegar hasta la orilla opuesta donde se apreciaba mucha más vegetación. Se ofreció a enseñarnos un camino por donde nos acercaríamos mucho más a la cola del pantano y seguimos su coche. En el punto en donde nos indicó por donde continuar, no pudo resistir el preguntarnos si buscábamos ágatas. Debió de quedárseme una cara de lelo ante su pregunta, que trató de buscar otro ejemplo para que le entendiera: “sí, ópalos”; se refiere a piedras preciosas, dijo mi hijo, a lo que respondí que no, que solo queríamos ver los árboles que crecían por allí. No sé si estaba bromeando con la pregunta o es que es cierto que se encuentran  estas piedras por la zona.
Y el resto del día transcurrió con mi hijo subiendo por las laderas, escudriñando la vegetación, recogiendo con mucho mimo plantones pequeños de romero, envolviéndolos en plástico para que no perdieran demasiada humedad, caminando por zonas embarradas, cruzando un arroyo por encima de unas piedras estratégicamente colocadas. Recoger trozos de troncos resecos por el sol, trabajados por el sol. Ver viejas colmenas abandonadas, caminar entre los pinos, resbalar en alguna ocasión y tratar de no perder el equilibrio por las laderas. Comer unos bocadillos, escuchar el inmenso silencio, en definitiva gozar de un plácido domingo junto a mi hijo. Aunque cansado, feliz de estar junto a él y verle disfrutar con aquello que le gusta tanto: las plantas.

jueves, 21 de octubre de 2010

Ibertex

¿Alguien se acuerda de lo que era el ibertex? Algunos seguro que sí.
En la wikipedia dice: “El  videotex se define como una aplicación interactiva que permite difundir, a través de una red de telecomunicación, información de forma paginada suministrada por un sistema informático y visualizada sobre un terminal y una línea telefónica. En España, el servicio telemático videotex, prestado por Telefónica, recibe el nombre comercial de Ibertex, al que se puede acceder a través de una línea telefónica mediante un terminal específico o un ordenador personal con el modem adecuado.”
Digamos que era el precursor de internet. A principios de los 90 lo descubrí por casualidad, en el trabajo. Nos suministraron unos ordenadores que tenían  un módem que en principio no sabíamos para qué eran. Indagando, indagando me enteré de cómo funcionaba, conectabas el modem a una línea telefónica, marcabas 031 et voilá te conectaba a un sistema que descargaba páginas de video, algo muy moderno en el año 1991.
Seguí explorando y descubrí “Hot Dog” que era como un centro de servicios de Ibertex por el que te conectabas a un chat (o lo que hoy conocemos por un chat); el tema principal sobre el que se chateaba era el sexo, curioso  ¿no?, lo mismo que hoy día.
Y me aficioné a conectarme a Hot Dog en cuanto podía,  te dabas de alta con un nick y charlabas. Hubo, con el tiempo, una forma de cargar una foto de los usuarios, se tenía que enviar por correo a los administradores del centro,  y,  después de una semana por lo menos, te aparecía un símbolo al lado del nick que, al pulsarlo, cargaba otra pantalla donde se visualizaba la foto.
Es curioso pero ya entonces había tíos camuflados en nicks de tías. Pero se les descubrían enseguida, te seguían una conversación cargada de sexo de lo más explicito como si nada, cosa que no ocurría con las tías reales con las que había que ser más comedidos.
Recuerdo a Rosi. Era una mujer casada que  había descubierto el chat por medio de su marido. Lo que Rosi buscaba era sexo telefónico. Contactaba primero por el chat de Hot Dog con alguien dispuesto y, si así se acordaba, ella hacia una llamada de teléfono, y,  lo típico, calentarse el uno al otro con las palabras y masturbarse cada uno con sus manos.
Al cabo de unas cuantas conversaciones, después de persuadirla para que me llamara cuando no estuviera su marido, convencí a Rosi para que nos viéramos en persona. Tomamos café y hablamos de lo mismo que hacíamos por teléfono, de sexo. Poco a poco nos fuimos implicando más, nos veíamos más a menudo, buscábamos sitios más íntimos para besarnos y acariciarnos, un cine, un probador del El Corte inglés, un paseo por el Retiro… Una vez la acompañé a una cita médica, y cuando entramos a la sala de espera, totalmente vacía, se puso encima de mí y nos besamos como locos, a pesar, o quizá por eso, del riesgo que había de que la enfermera abriera la puerta en cualquier momento. No llegamos nunca a la penetración aunque estuvimos muy cerca una vez pero, torpe de mí, no llevaba en ese momento un condón en el bolsillo.
Pero ella sentía cada día más y más remordimientos hacia su marido y un día terminó contándoselo. Nos vimos los tres y hablamos todo lo civilizadamente que la situación permitía. Ellos estuvieron a punto de romper el matrimonio. Aquello acabó, aunque me costó algún tiempo olvidar a Rosi.

miércoles, 20 de octubre de 2010

El cerro de la Plata

Así se llamaba a un cerro artificial hecho con los escombros que volcaban los camiones procedentes de las muchas obras de Madrid, estaba situado cerca de la calle Méndez Álvaro, lo que hoy es el parque Tierno Galván. En el año de 1974 todavía se estaba construyendo la M30. Se podía caminar por los tramos que se comenzaban a asfaltar. Uno de ellos cruzaba el Puente de los Tres Ojos, hecho de fábrica de ladrillo, por donde se entraba desde el barrio de Vallecas. A uno de los lados del puente se asentaba un campamento de gitanos, donde, al anochecer, campaban por sus respetos ratas enormes.
Era el final del verano, en el mes de septiembre. Tenía 18 años. Acababa de terminar COU tras examinarme y aprobar  la asignatura que me había quedado en junio, Filosofía, después de haberme llevado el libro para estudiar en los dos meses de vacaciones que había pasado en Memphis, en casa de mi hermana.
Había oído que en el cerro de la Plata, había putas. En esos tiempos no abundaban como ocurre hoy día, Franco acababa de retomar el poder después de habérselo cedido al Príncipe por una enfermedad, la tromboflebitis. Las putas de los clubes de alterne de la calle de la Ballesta detrás de la Gran Vía estaban fuera de mis alcances económicos.
Esa anochecida me dirigí por la calle de subía detrás de la fábrica de colchones Flex y que surgía en el margen derecho al final de la de Méndez Álvaro. La calle desembocaba, en su parte alta, en la amplísima extensión de la escombrera. Había una casa justo a la entrada en la que se escuchaban las conversaciones de sus habitantes al pasar cerca de sus ventanas. Caminé por uno de los caminos que se habían creado entre los escombros. Escuché unas voces muy leves y distinguí unas sombras un poco a la izquierda, y unos puntos rojos que surgían de vez en cuando en la oscuridad, al aspirar esas sombras el humo de los cigarrillos.
Llegué al grupo y saludé. Un poco más alejadas se distinguían dos sombras más, siluetas de mujer, deduje quienes eran y me acerqué hacia ellas, elegí en la distancia, y pregunté a la elegida cuánto cobraba, no recuerdo la tarifa de entonces, poco sería; acepté y la puta se dio la vuelta y la seguí, hasta llegar a un hueco entre los escombros donde tenía colocadas unas mantas sobre un viejo colchón de goma espuma, se subió la falda y se tumbó boca arriba con la piernas abiertas. Mis ojos, con las pupilas bien abiertas por la poca luz, distinguieron la sobra oscura de su pubis, eso me animó y desabroché mis pantalones; con la polla ya fuera de su alojamiento, la puta me pregunto: “¿no me pagas..?” No sabía que se hacía así, esa noche aprendí que en los tratos con las putas primero se paga y después se folla.
Y la follé, sentí un placer como nunca había sentido; un agradable calor acogió mi polla durante un par de minutos, no más. Era mi primera vez y, como tantos otros hombres antes que yo, me desvirgué con una puta. En un ambiente muy sórdido. A partir de esa noche me aficioné a esos ambientes. Los frecuenté, para esos asuntos y para otros parecidos.

martes, 19 de octubre de 2010

Soy bisex

La opción sexual de cada cual es algo muy intimo que por lo general no se va aireado a los cuatro vientos, por prudencia más que nada. Sin embargo, en este nuestro mundo del BDSM, al fin y al cabo un juego sexual muy particular, sí se suele hacer público, en algunos casos.
Observo que las mujeres que no son hetero no tienen pudor alguno informar de ello, ya sean bisex u homo. Sin embargo no ocurre lo mismo entre los varones. Tenemos, por regla general ese lastre que nos obliga, aquí y en cualquier otro sitio, a definirnos como machotes de lo más machotes a los que sólo nos gustan un buen par de tetas, grandes y hermosas y un culo cuanto más redondito y respingón mejor.
Sé por experiencia que muchos hombres buscan puntos de encuentro para relaciones homosexuales puntuales, rápidas y con desconocidos. Hay pubs, saunas, cines o sitios en la ciudad donde al oscurecer pululan sombras en busca de otra u otras sombras; y otros lugares más apartados, donde los encuentros se realizan a plena luz del día.  Y, también, a través de anuncios en páginas de contactos en internet  que sustituyeron paulatinamente a aquellos que se publicaban en el Segundamano de papel.
Pues bien, muchos de esos hombres son respetados padres de familia, amantes esposos, cansados de la monotonía matrimonial, o incomprendidos por su pareja a la que alguna vez insinuaron, tímidamente, ponerse, como juego previo amatorio, él las bragas de ella y asustados ante la airada reacción, de ella, se la enfundaron, guardaron su secreto en el rincón más profundo y comenzaron a comprarse bragas, sostenes, bodies, medias, ligueros, zapatos y pelucas, buceando en las secciones de lencería de El Corte Inglés, o en Ebay. Y guardaron su preciado tesoro, en la taquilla del trabajo, o en uno o varios maletines fuera del alcance de la vista de sus queridas esposas. Y buscaron otros hombres con gustos afines ante los que lucirse como una esplendorosa y seductora dama, que los tratan como a tal y las terminan follando o fallándolos "ellas", dependiendo de los gustos de cada cual.
Entiendo estas situaciones, en esos casos es imposible salir del armario. Pero no las entiendo dentro del grupo, casi cerrado, de usuarios del BDSM. ¿Es acaso un desprestigio para un Amo reconocer que aparte de azotar  y follar el culo de una sumisa también le gusta azotar y follarse el culo de un sumiso? ¿O sólo azotar, o solo follar..?
Me considero bisex, puesto que tengo relaciones sexuales con mujeres y con hombres. Siempre he dicho que me atraen las mujeres y no los hombres, aunque con el paso del tiempo he aprendido a apreciar ciertos valores atractivos en los hombres. Sin embargo mi papel sexual con ellos es el mismo que con las mujeres, digamos entonces, que busco la parte femenina de los hombres con quienes tengo sexo. Aborrezco acariciar una piel no depilada, y si la encuentro, trato de posar mis manos lo menos posible en ella. Me gustan los travestis en tanto que su imagen se aproxima, con mayor o menor éxito, a la de una mujer.
No lo publico, no lo digo a nadie fuera de este ambiente. Pero aquí y a todos los amigos de este ambiente que me conocen y me lo preguntan se lo digo: soy bisex.

sábado, 9 de octubre de 2010

Max y perla

 Max sabía que perla, en el poco tiempo de llevaban juntos como Amo y sumisa, siempre se había mostrado dispuesta a obedecer sus órdenes y que su grado de entrega era alto. Además ella disfrutaba con el castigo, cuanto más duro mejor, cosa que complacía ampliamente los deseos de Max, ¡qué más podía desear!, tenía una mujer sumisa y masoca a la vez, lo más de difícil de encontrar.
Perla no tenía  un cuerpo espectacular, entrada en años y en carnes, no era atractiva. Pero Max no pretendía relacionarse con el tipo de sumisa joven, de cuerpo perfecto, que pudiera despertar envidias o recelos. Apreciaba mejor otras cualidades como la sumisión, la entrega desinteresada y el gusto por el castigo físico.

Sin embargo Max quería conseguir mucho más de perla. Quería comprobar si su grado de entrega era capaz de superar límites más altos, más difíciles. Deseaba ponerla en una situación humillante. Ver si era capaz de entregarse a otros hombres, que no conocían en absoluto en mundo del BDSM; no quería cederla, simplemente, a otro Amo para que tuviera una sesión con ella, ya fuera en privado o en su presencia. Quería emputecerla. Ponerla a disposición de cualquier hombre que quisiera follarla. Su pensamiento no era organizar un encuentro en un sitio concertado previamente citando a varios hombres, conscientes y dispuestos de antemano para lo que iba a ocurrir, no, Max pretendía encontrar un sitio adecuado para que los acontecimientos fueran sucediéndose de modo natural, por sí mismos, sin preparación previa alguna y lo más humillante posible.

Max informó a perla de lo que iba a hacer: en el sitio al que iban cualquiera que se pusiera un condón en la polla podría follarla como quisiera; ella, tras un lapso no demasiado grande de silencio, se mostró dispuesta. La rápida aceptación de perla complació a Max. Perla debía presentarse vestida con falda negra y con ropa interior también negra, esa fue la única condición.

Se citaron la tarde de un domingo del mes de julio, a las 4, en la salida de la calle Montera del metro de Sol. Hacía mucho calor. Se internaron por las calles que dan la espalda a la Casa de Correos. Diez minutos después llegaron a las puertas de un cine X. Éste tenía la entrada al fondo de un largo y amplio pasillo y a su lado la taquilla. Mientras Max adquiría las entradas, el portero,  poco acostumbrado a que una mujer entrara en el local, abrió la puerta para que perla se refugiara dentro. El mismo portero haciendo las funciones de acomodador les guió dentro de la sala.

Se sentaron y sus ojos se dirigieron a la pantalla, en la que se proyectaba una película de ínfima calidad en la que dos negros con pollas descomunales trataban de llenar todos los agujeros de una señora de piel blanquísima y melena rubísima. Cuando los ojos se fueron acostumbrando a la oscuridad que el reflejo de la luz del proyector en la pantalla apenas podía romper, observaron que el verdadero espectáculo se desarrollaba en el patico de butacas.

Sólo había hombres en la sala, algunos, los menos, sentados, unos solos y otros acompañados. Muchos daban vueltas alrededor de las butacas mirando descaradamente a los que estaban sentados, otros estaban de pie al fondo, cerca de la entrada mirando a la pantalla pero los unos junto a  los otros, alguno de ellos moviendo casi imperceptiblemente su mano hasta rozar la del otro y esperar a su reacción; detrás de una columna un individuo de edad avanzada se dejaba chupar la polla por otro que estaba sentado en la butaca próxima. Max sabía de qué iba aquello, conocía el sitio; de vez en cuando iba a estos cines, entraba, se sentaba mirando la pantalla y esperaba a que una sombra se sentara en la butaca de al lado y se dejaba hacer. Perla no había estado nunca en un cine porno frecuentado por homosexuales.

Pronto perla tuvo un acompañante sentado en butaca de al lado. Los ojos del hombre trataban de escrutar la cara, la amplitud de las tetas, los brazos, las manos de perla que sujetaban el bolso en el regazo. Solo se atrevía a mirar, a nada más, pues no estaba seguro de cuáles eran las intenciones de la pareja, sobre todo las de Max.

 “Quítate las bragas”, le ordenó Max a perla. Ella lo miró con ojos de asombro y respondió: “¿Aquí..?”. “Sí, aquí mismo.” le respondió. Perla, dudando, se deslizó hasta el borde de la butaca, mirando hacia Max, y tratando de descubrir lo menos posible sus piernas, metió las manos por debajo de su falda y con dificultades, acomodando su cuerpo se las fue bajando hasta llevarlas a los tobillos donde, levantando levemente primero un pie y luego el otro las sostuvo en sus manos.  El tipo de al lado al que perla había dado la espalda mientras se quitaba las bragas, alucinaba. “Guárdalas en el bolso”, le ordenó Max. Ella obedeció. “Ahora siéntate para ver la película, pero con la falda subida y las piernas abiertas”. Perla trató de hacerlo lo mejor posible, abrió las piernas todo lo que pudo, pero como estaba sentada muy erguida no quedaba suficiente espacio para abrirlas lo suficiente como para mostrar el coño.

En seguida una mano se posó sobre el muslo derecho de perla, la mano se deslizó rápidamente, obligando a perla a modificar su postura, hacia su coño. El hombre, se inclinó, colocando la cabeza encima de los muslos, se arrodilló y se introdujo, con dificultades entre las piernas de perla comenzando a lamer los labios y el interior del coño.

Así estuvieron un rato, Max observando las reacciones de su sumisa y ésta tratando de concentrarse en lo que un completo desconocido, de quien no había podido distinguir si era joven o viejo, estaba haciendo en su coño.

No había suficiente espacio, Max decidió que era mejor trasladarse a otro sitio del local. Se levantó y ese hecho indujo a que la pareja dejase lo que estaba haciendo y  quedaran quietos. ”Ven”, ordenó a perla, ésta se levantó y provocó que el hombre hiciera lo mismo con más dificultad y se sentara. Max, tomó de la mano a perla y salieron los dos de la fila de butacas, pasaron por el vestíbulo, recibiendo las miradas de los dos o tres hombres que, recostados en las paredes, vigilaban las idas y venidas del servicio de caballeros.

Subieron unas escaleras que les condujeron a la parte alta de la sala donde unas cinco o seis filas de butacas inclinadas formaban el gallinero del cine. El ambiente de esta zona era más sórdido que el de abajo, había muchos hombres, el calor se acumulaba en la parte alta adonde el aire acondicionado de la sala no llegaba. Subieron las escaleras, despacio, cuidando de no tropezar con los escalones escasamente iluminados. Max llevaba de la mano a perla, observó que les seguía el tipo que le había estado comiendo el coño y Max sonrió levemente.

Se sentaron en la última en las dos butacas libres justo al final de los escalones de subida. El tipo se arrodilló de nuevo y siguió con la tarea interrumpida. Perla disfrutaba y llegó a correrse. Al lado izquierdo de Max estaba sentado un hombre joven, y una butaca más allá otro hombre que alargando la mano trataba de meterla por el borde de los pantalones cortos de Max para llegar a su polla, le apartó la mano, ese día quería estar concentrado en lo que le hacían a perla. Después de un buen rato y tras varios orgasmos, el tipo se levantó y se fue. Perla se mantuvo sentada, un poco sofocada.

Max le ordenó que se apoyara con los codos y la cabeza en la butaca, que se subiera la falda y dejara al descubierto las nalgas, con las piernas abiertas y mostrando el coño que, subiendo por la escalera se dejaba entrever por la luz reflejada de la pantalla. Max sacó un condón y se lo colocó en lo alto del culo dispuesto para quien quisiera utilizarlo. Así se mantuvieron un tiempo. Max preguntó a su vecino de la izquierda: “¿te la quieres follar?”. El respondió moviendo la cabeza afirmativamente. “Adelante”, le dijo Max. Él se levantó, se puso justo detrás de perla, se desabrochó el pantalón y se sacó la polla, se enfundó el condón y le introdujo la polla, estuvo follándola un rato hasta que se corrió. Perla disfrutó. Cuando el chico se separó bajó las escaleras ajustándose el pantalón.

Max colocó un nuevo condón encima de perla a la espera de nuevos voluntarios dispuestos a follarla. Fueron varios los que lo hicieron, jóvenes y maduros, algunos se colocaron el condón y no pudieron hacer nada, hubo de todo.

Aproximadamente una hora después Max se colocó un condón y colocándose detrás de perla, le introdujo la polla por el culo, sin ningún miramiento, de una sola vez, perla gimió, sólo eso, aguantó las embestidas hasta que Max se derramó en ella.

Se sentaron los dos y después de descansar un rato, deshicieron el camino en busca de la salida. Ya en la calle perla se dirigió a Max: “gracias, Señor, por su placer…”

martes, 5 de octubre de 2010

Despertares

Como todos los días, sobre la 6,45, todavía noche cerrada, esta mañana cerré la puerta y eché la llave dando las espaldas a la calle. Estaba fresca la mañana y se agradecía ya la chaqueta que llevaba puesta.
Comencé a caminar mi paseo matutino camino el autobús, un cuarto de hora todos los días. Tomé la primera calle a la derecha, en la obra de la esquina no sonaba como casi todos los días el ruido del agua que una bomba echa al alcantarillado.Al final de la corta calle torcí a la izquierda tomando otra, más larga y tan estrecha como la anterior, con coches aparcados en la acera derecha. No vi a nadie, no subía ningún coche, ni abajo donde la calle desemboca con otra más importante cruzaba ningún peatón madrugador como yo, ni subía el 510. Sólo escuchaba, más fuerte de otros días, el sonido de mis pasos.
 Me extraño, me paré mentalmente a pensar, mejor a corroborar, qué día era, nunca me había sucedido que tomara un día del fin de semana por uno laborable y me hubiera levantado por error y realizara la misma rutina de todos los días.Cuando llegué al bulevar aquello me pareció realmente sospechoso. No se oían los ruidos de los pájaros ni se veía ninguna paloma caminando por el pavimento en busca de las sobras de las terrazas de los bares. Es más, miré a las fachadas de las casas y no ví ninguna arrebujada en sí misma ni en los alfeizares de las ventanas ni en las cornisas, era extraño.
 Llegué y crucé la plaza Antigua, desierta también; ayer en esta misma plaza una señora esperaba que su bóxer terminara su tarea matinal. Pero no me pareció raro pues, a menudo, la plaza está vacía a estas horas de la mañana.
Me extrañó enormemente que llegar a las paradas de los autobuses, debajo del puente de la M-30, las encontrara vacías sin nadie esperando y ni un solo autobús en las proximidades. Pero no sólo no se veían coches subir ni bajar por la M-30, ni tampoco cruzar la avenida de Valencia, ningún albañil latino esperaba a las furgonetas que diariamente los recogen para llevarlos al tajo de la obra. Nadie salía de la boca del metro; cualquier otro día no la podría distinguir, en la distancia, por el continuo ir y venir de coches, autobuses, autocares y gente para arriba y para abajo. Estaba completamente solo en la calle.
Pero lo que más me impresionó, al estar parado, fue el silencio. Era impresionante, no se escuchaba nada, absolutamente, exceptuando las bocanadas de aire que respiraba preso ya de una ansiedad galopante. Hoy ni siquiera había una brisa de aire que moviera las hojas de los árboles. Las farolas hacian su trabajo diario e iluminaban los coches aparcados, los bancos de parquecito cercano, los columpios del parque infantil... Estaba empezando a sentir miedo.
Miré mi reloj, las 7.
De pronto, muy débil, a la derecha, por la avenida de Valencia arriba, en la lejanía, me pareció que se escuchaba el rumor de la sirena de una ambulancia o de un coche de la policía. Pero no sonaba como las que todos estamos acostumbrados a oír, no era un sonido estridente y continuo, era algo rítmico, como un bip lejano y luego otro y otro, que subían de volumen y de cadencia poco a poco.
Iba a dar unos pasos y acercarme al borde de la avenida para asomarme para ver qué producía ese sonido, cuando sentí que algo rozaba mi costado, alguien me tocaba, más que eso, alguien me daba un codazo. Estaba a punto de  darme la vuelta cuando escuché clara, aunque lejana, una voz que me decía: "apágalo ya..."  y me quedé perplejo, pero de pronto el sonido de la sirena, o lo que aquello fuera, que bajaba por la calle aumentó de volumen hasta un punto que me parecía que sonaba dentro de mi cabeza...
Abrí los ojos, de par en par, asustado. Frente a ellos unos números de color verde: 05:30. Alargué mi mano derecha y llegué a tocar un bulto que apreté con mis dedos y el bip desbocado cesó de repente. Me giré un poco y aprecié que ella estaba junto a mí, decía algo ininteligible, y se envolvía con la sábana y  la manta para seguir durmiendo.
Realicé, mecánicamente, los mismos movimientos de todas las mañanas. En el bañó levanté la tapa de la taza pero antes de orinar moví la persiana, deslicé la hoja de la ventana y asomé la cabeza, escuchando. Se oían los píos de los pájaros todavía en los árboles, y, un segundo después, el ruido de un coche que bajaba por la calle cercana. Respiré profundamente y me sentí aliviado.
Comencé de nuevo el día que para mí había tenido dos despertares. Antes de seguir me paré a pensar qué día era, recordé algo de lo hecho el día de ayer y eso me situó en que hoy era miércoles, mitad de la semana de trabajo; "al menos hoy no es lunes..."
Saludos.
Páter

El árbol

Me gusta un árbol especialmente sobre los demás aunque haya algún tratado que no le da siquiera la categoría de árbol, que los nombra como arbustos o arborescencias a pesar de que algunos tengan una generosa copa, amplias y nervudas ramas y un tronco ancho y fuerte sólidamente enraizado en el suelo. Son de secano y no precisan de cuidado alguno. Se trata de la higuera, árbol capaz de crecer en cualquier terreno, allí donde los pájaros depositen sus semillas, he visto pequeñas higueras arraigadas hasta en las juntas de los sillares de la fachada de una catedral a mucha altura del suelo.
No necesitan mucha agua, se sienten mejor con poca cantidad pues sus raíces se pueden ver perjudicadas por exceso de humedad. Son capaces de aguantar calores y fríos extremos.
Tiene hojas grandes, profundamente lobuladas, de color verde intenso por el haz y un gris parduzco por el envés. Estoy convencido de que en el paraíso no había higueras pues si las hubiera, seguro que Adán y Eva, después de comer del fruto prohibido por el dios de las prohibiciones hubieran cubierto sus desnudeces con hojas de higuera en vez de usar las de la parra.
En cuanto a sus frutos, los higos, carnosos y hasta un cierto punto voluptuosos, me recuerdan algunas zonas erógenas de la mujer. Por su forma a ciertos pechos femeninos, y al abrirlos su color me trae, siempre, a la memoria el color que aparece cuando los dedos separan los labios carnosos de la vulva femenina y aparece el canal de la vida… el color de la vida...y su sabor, el dulce sabor del interior de la mujer.
Algunas higueras, las breveras, son capaces de dar dos cosechas de frutos, la primera a comienzos del verano, las brevas, oscuras, son frutos que se enquistaron al final de la temporada anterior, allá por el mes de octubre, aguantaron las heladas del invierno y esperaron el comienzo del verano para brotar. Y después de éste, dan nuevos frutos, los higos, más pequeños, menos carnosos y sabrosos que las brevas y de un típico color verde.
Qué bien se usa la expresión “ de higos a brevas” para indicar aquello que sólo ocurre después de un largo espacio de tiempo, como el que va del final del verano al comienzo del verano del año siguiente, unos nueve meses, aproximadamente el tiempo de una gestación.
Dicen que hay momentos en la vida en que tenemos que ser fuertes como robles pero yo, en esos momentos, preferiría ser tan austero y tan fuerte como una higuera.
Saludos.
Páter

lunes, 4 de octubre de 2010

Castaños de Indias


Sé que soy un privilegiado pero mientras pueda  y el tiempo no lo impida seguiré haciéndolo.
Se trata de que casi todas las mañanas, a eso de la una de la tarde, más o menos, salgo un rato del trabajo y me doy un paseíto hasta el Retiro (me pilla cerquita).  En una rotonda cerca de la entrada, hay una fuente con forma octogonal. Cada uno de los ocho lados de la fuente mira a un banco situado a unos cinco metros. Ocho bancos, unos a la sombra y otros al sol.
Me siento unos cinco minutos y recargo las pilas. Relaja el sonido del agua, los gorriones y las palomas que acuden a ella a beber y a bañarse. Pasean madres, abuelos y chachas empujando carritos de bebé. 
Hoy, día con un cierto viento en Madrid, he percibido que hay un peligro en el Retiro: los castaños de Indias. Estamos en la época del año en la que sus frutos están maduros, las cápsulas se abren, y cuando el viento mueve las hojas caen como bombas desde 5 , 6  o más metros de altura. Y hay muchos árboles de este tipo en el Retiro.
En esta época del año deberían darte un casco antes de entrar en el parque. De veras son peligrosas las castañas locas en Octubre.

Saludos.
Páter


La fuente