sábado, 11 de febrero de 2012

El hostal Manolete

Está en Lanjarón, Granada. A este pueblo llegamos, la primera vez, hace muchos años, no merece la pena hacer la cuenta para saber la cifra exacta. Mis ojos se abrieron a toda la luz que les inundaba con cientos, miles de imágenes en aquellas curvas, en aquellas laderas tan abruptas. Fue durante un mes de enero, frío y seco, igual que el de este mismo año. Paramos para comer en un restaurante desde que se veía, a través de un gran ventanal, sentados en una mesa al pie de una chimenea que acariciaba nuestra la piel con su calor, todo  o casi todo el pueblo.

No recuerdo si teníamos o no reservado el alojamiento. Entramos, al fin, en ese hostal dedicado al mítico torero, y aquella habitación, grande, espaciosa y, sobretodo, acogedora, nos recibió y nos abrigó. ¿Recuerdas qué poco necesitamos, aquella primera tarde, de lo que existía fuera de ella?

Y ese fue el centro desde el que organizamos todas nuestras excursiones en esos cuatro o cinco días que allí pasamos, Granada y su Alhambra, la Alpujarra, Motril, Salobreña y su discoteca, La Rábita con su iglesia dedicada a San Isidro, y su mar.

Me dijiste, hace poco, que yo fui allí por despecho. Es posible, no lo recuerdo exactamente, lo que sí tengo por seguro es que allí empecé a amarte. Esparcimos mucho amor en aquel dormitorio y en aquellas tierras.

Volvimos unos años después, también en un mes de enero, frío y seco como el primero. Buscamos el mismo hostal, lo encontramos y nos alojamos en él, sin embargo algo había cambiado. Todo fue diferente, ni mejor ni peor.., diferente.

Ya no habrá una tercera vez. Al menos no juntos. Ese tiempo, desgraciadamente, terminó. ¿También el amor..? Este juego, a veces tan cruel, es cosa de dos. Parece mentira o, al menos, a mi me lo parece, pero el amor, se gasta o, quizá, simplemente, se desgasta, con el tiempo, con el uso. Cambiamos aunque no lo apreciemos.  Cambiamos, sí.

 Te amé con toda mi alma, hasta el día de ayer o quizá hasta el de mañana. Pero  decidiste que debías partir, que el tiempo y el camino en común, uno al lado del otro, ya no tenía sentido y debías salir. Me pilló a contrapié, cuando menos lo esperaba. Pero, al fin, lo acepto y, aunque siento tanto dolor que no sé ya dónde me duele, te deseo lo mejor, siempre. Deseo que tu decisión sea lo mejor para ti y también lo mejor para mí.

Es muy difícil, pero debo de empezar a aprender, desde ayer, o quizá desde mañana, a desamarte.